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miércoles, 29 de agosto de 2012

DUELOS MENORES. TANMATEIX

Cené en Hanoi en el restaurante Marrakech de To Ngoc Van, un oasis de sabor mediterráneo en el país de Nuoc Mam y el ajinomoto (glutamato monosódico). La comida, taktouka de berenjena y sésamo, taijin de pollo con aceitunas, cebolleta y corteza de limón, deliciosas, como siempre. El dueño, un marroquí cocoliso con cara de eunuco de harén, quizás impulsado por la opinión de los ulemas neoortodoxos locales, había decidido dejar de vender alcohol. No pasa nada. Pero lo peor llegó cuando me dijo que pensaba reconvertir el restaurante para grandes convenciones. Me imaginé el lugar, por costumbre tranquilo, repleto de aglomeraciones de infieles con sus cánticos y perfumes dulzones. Eso, el calor y el cansancio del día, junto con que mis amigos fallaron a su cita conmigo, me sumieron en un estado triste e irritable.
Que nada es para siempre es algo que nos repetimos con frecuencia, pero sin demasiado convencimiento. Un conjunto de palabras que resume el tanmateix mallorquín, una expresión de fatalidad ante los contratiempos de la vida. Con ella se pone punto y final en un segundo a cualquier hecho tan desgraciado como inevitable. Pasamos con prisa ante la idea de la pérdida porque no nos gusta. Duelo viene de dos palabras latinas, duellum para significar confrontación o guerra, dolus para decir dolor o aflicción. Pero no solo nos afligimos por la muerte de alguien. En realidad vivir entraña perder, perder para ganar, dejar y cambiar para crecer, para aprender, para conocer. Dejamos nuestra niñez, nuestro colegio, nuestro hogar, nuestra patria, nuestros viejos amigos. Dejamos la vida mientras la vivimos.
Esperaba verte pero no pudiste ir a la cita. Este verano no iré a la costa. Mis padres me han cambiado de colegio. Ya no fabrican mi juguete favorito. Y así se suceden miles de pequeñas pérdidas. Cambié de teléfono y perdí las direcciones y teléfonos. Cuántos nombres se lleva un error informático de nuestros archivos. A muchos de ellos no los echaremos de menos, son como viejas fotografías que nos recuerdan con cierto desagrado a amigos que nos dejaron, novias de juventud, vecinos pesados, colegas indeseables.
Vivir en Vietnam me acrecienta ese sentimiento de querencia melancólica y pérdida resignada. Si en algún lugar todo cambia, sin duda es en Vietnam. Los restaurantes y locales abren y cierran en meses, algunos de hecho, no llegan a abrir nunca. La obra se detiene a medias y poco más tarde la echa abajo otro proyecto. En el año nuevo lunar, el Tet de cada año, miles de locales cambian de manos. Pero no solo eso. Es la variabilidad lo más agotador, la imposibilidad de prever que lo que sucedió ayer de un modo determinado, hoy o mañana sea igual. Es particularmente evidente en la calidad de los platos de los restaurantes, o en el modo de trabajar de un subordinado. La noche parece borrar la experiencia de los que me rodean, y amanecen con el cerebro liso, la memoria borrada, la sonrisa excusatoria. Un fenómeno ideal para mantenerse arriba en un país que se llama socialista y usa por igual banderas rojas con estrella, hoz y martillo, donde nada es social ni solidario.
Por ello me refugio en los sabores, en los olores del Meditarreaneo, me refugio en una burbuja de melancolía organoléptica. Por eso me resulta insoportable que el Marrakech cambie. Tanmateix.

ECOS HISPANO-VIETNAMITAS: POLITICOS Y BANQUEROS

        El diario Viet Nam News es de los más sucintos y a la vez completos diarios que he leído nunca. Y siempre tiene alguna atención hacia España. ¿Desde cuando sale alguna noticia de Vietnam, país de 90 millones de habitantes, una de las economías crecientes en el sureste asiático, en los diarios españoles?

       Un amigo me comenta que sí, que hace poco recogieron dos noticias, la de las hostilidades entre China y Vietnam por causa de unas islas (según me cuentan algunos vietnamitas, su gobierno las vendió hace tiempo a China y ahora disimula porque el país, el pueblo soberano –ja, ja, ja– no ha visto un duro del asunto…), y la otra noticia es que habían asesinado a un cura español.

       En cambio hoy leo en el Viet Nam News que, en plena crisis, cuando Spain is now inching towards a full state rescue (España esta avanzando a pulgadas hacia un rescate total del estado –una pulgada equivale a 2.54 cm, pero aún así la tortuga ganó la carrera), que la gran decisión ha sido volver a pasar los toros por la TVE. Eso sí, recortando derechos televisivos a los empresarios taurinos, que recortar está de moda y nunca se ha estilado tanto como en el toreo. Así que gracias al señor Rajoy volverán los toros a Cataluña, aunque sea por la TVE.


      Y mientras el distinguido equipo político de país tan ejemplar distrae al pueblo con más circo que pan una vez más, nuestros banqueros, políticos y ladrones (¿alguna diferencia?) siguen en la calle. Pero sí hay diferencias. Porque en un país tercermundista como Vietnam, el 20 de agosto detuvieron al CEO del ACB (Asia Comercial Join Stock Bank), uno de los hombres más ricos del país, y pocos días más tarde a su jefe ejecutivo por “negocios ilegales” y “actuar deliberadamente contra regulaciones estatales en materia de actividades económicas” (¿se necesitan pruebas más concretas para enchironar a alguien?). 

      Mis amigos bien informados dicen que en realidad es una guerra política al estilo ruso, como la que condenó a dos rusitos multimillonarios a Siberia. El club político es restringido y tiene sus reglas. Hay que haber tragado mucha quina y muchas otras cosas para ser admitido en la familia. No se puede llegar con los bolsillos llenos de dinero, el pelo engominado, jugando al golf y siendo propietario de un equipo de fútbol y pretender ser el próximo candidato a presidente del país. Eso no funciona así. Y de este modo, aunque se necesitan el uno al otro y no son el uno sin el otro, ni el banquero es político ni el político banquero. Uno nutre y sostiene al otro, y el otro mueve y da sentido al uno. Como el Shen y la Sangre, como el Yin y el Yang. 

viernes, 3 de agosto de 2012

TAMBIEN EN SAIGON ES AZUL

                A mí me gusta llamarlo Saigón, y no la ciudad con el nombre de un conquistador. Aunque en realidad no la conquisto él. Cuando acabó la guerra de Vietnam, una guerra civil, no lo olvidemos, no una guerra de vietnamitas contra americanos, cuando acabó, Ho Chi Minh hacía años que estaba muerto. Nguyen That Thanh, que así se llamaba en realidad Ho Chi Minh, murió en el 1969, mientras que la Guerra no terminó hasta abril de 1975.
                Pues bien, a medida que paso los meses, ya casi dos años, en esta ciudad de carrusel, caigo en detalles que me sorprenden por no haberme dado cuenta antes. Cuando acaba el extremo de la época seca, el seco y caluroso mes de mayo, las lluvias caen cada vez con mayor frecuencia, y si en España hasta mayo no te quites el sayo, en Saigón, desde junio hasta diciembre. De este modo, en el mes de julio, insoportablemente caluroso en España y en otros países de la cuenca mediterránea (horroroso en Florencia), en Saigón es como un otoño fresco, un equinoccio ficticio (en realidad todo el año es equinocte, pues las horas de luz apenas varían en los doce meses) con sus cielos azules, la luz más blanca, menos vertical, la radiación menos infernal.
                Algunos días me parece respirar el aire de Barcelona en primavera, en uno de esos días de sol fuerte pero aire fresco, cielo añil, de pocas nubes. Y aunque es cierto que la ilusión dura poco, porque una o dos horas después ya se amontonan las nubes grises en aguadas desvaídas, cada vez más negras, y se levantan corrientes ya no de aire sino de viento amenazante, para luego deshacerse el cielo en un hervor despiadado, aun así, en esos días me sonrío con una alegría genuina, un tanto teñida de melancolía, pero más por haberme condenado a rutinas o disciplinas laborales que me impiden disfrutar de esos momentos hasta que se acaban, que por sentirme alejado del ambiente donde sentí por primera vez esas alegrías.

ME ARRODILLO ANTE LOS DETALLES

                Soy incapaz de escribir en medio de ese ya adentrado cambio de estación seca a la húmeda. Sigo en la tesitura en que me pesan las manos, los dedos flaquean, los párpados caen, las pupilas se desenfocan. La humedad es el peor enemigo de la medicina china, lo que cuesta más de eliminar, se aplican agujas, ventosas, moxas o se administran pócimas de hierbas en decocción. La humedad se asocia al Parkinson, al ictus, a los tumores, a la grasa y a la esquizofrenia. La humedad la causa el ambiente, pero también la dieta, la grasa, el alcohol, o las emociones tóxicas, en especial las obsesiones. Y yo vivo en un país húmedo, muy húmedo indeed.
                Hubo quien me dijo que el inglés era un lenguaje pobre en vocabulario comparado con el español. De hecho es posible distinguir en internet facciones de individuos defendiendo la cantidad de vocablos o expresiones de uno y otro idioma, como si fuera algo relevante. En una de esas páginas web, un tipo moderado argumentaba que el inglés, influido por igual por el latín y la lengua germánica, duplica términos para expresar lo mismo, mientras que el español, gracias a la flexibilidad sintáctica, los subjuntivos y los verbos ser y estar, puede expresar muchos matices que en inglés requieren palabras distintas. Así, el hombre venía a contar 200.000 términos en un diccionario escolar inglés, frente a 100.000 en uno español, aunque reconocía que el ciudadano culto dominaba solo unos 20.000 y que es posible comunicarse en una lengua con tan solo 1000. Dicho eso, yo debo ser uno de los que usa apenas 1000 vocablos para comunicarme en inglés, porque de pronto descubro palabras que me maravillan y me asombro de mi ignorancia.
                Y hablando de humedad, mi estado físico estaría entre lánguido (languid, listless, limp, lackadaisical–¿no es una palabra maravillosa?– ,quaggy) y pantanoso (swampy, marshy, boggy, sloughy)
                Y si he caído en esta pequeña digresión no ha sido más que para introducir un comentario sobre el uso de los detalles en la literatura. Sin vocabulario no hay detalles. He tenido la suerte de leer un par de libros donde el empleo del detalle es magnífico. Una historia es truculenta y terrorífica, Meridiano de sangre, de Cormack McCarthy. Pensaba dedicar un post a este libro, porque se lo merece. Tal vez lo haga. El autor se entretiene en detalles como la apariencia de una escopeta a la que cortan los cañones, todo un símbolo en una historia donde todo Cristo corta cabezas, cabelleras y genitales, tan bella con su estuche y complementos de peltre que el mismo herrero se niega a mutilarla. También nutre el relato con una descripción de la flora y fauna del desierto de la frontera de México y de los fenómenos atmosféricos que en él tienen lugar, con un efecto casi mantrico. Por el contrario en El buen soldado, de Ford Madox Ford, el detalle es desplegado con una irónica elegancia que logra convertir en verosímil y visible la idea más absurda. Es simplemente genial. Os recomiendo ambas lecturas, aunque para el tórrido verano español, mejor empezar por esta segunda, y dejar, para cuando los ánimos estén más refrescados, la segunda. A mí solo me queda reconocer que ante tamaños autores, y en concreto ante estas obras, me entran ganas de arrodillarme y plegarme hacia adelante.