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jueves, 13 de septiembre de 2012

HOSPITALES, HOTELES Y COHETES

                Change for success (cambiar para triunfar) es lema de mi empresa. Ahora la última idea es ir a pasar consulta a 125 km de Saigón, un día al mes. El pueblo de Vung Tau reúne cuatro P: Playa, pesca, petróleo y putas. Es mi nuevo destino en la experiencia de la medicina itinerante. Si fuera barbero y estuviera en el siglo doce me llamarían cirujano. Vung Tau parece haber sufrido un crecimiento en oleadas. Guarniciones de asesores soviéticos que partieron hace décadas y fueron sustituidos por trabajadores de las torres petroleras, cuyas mujeres, aburridas o celosas, decidieron trasladar sus residencias a Saigón seguidas o no de sus maridos; guarniciones americanas nutridas de marineros a cuyo alrededor revoloteaban las putas como polillas atraídas por la luz blanca de sus uniformes y gorras de plato; la gonorrea visitaba nuestra clínica en autobuses. jubilados australianos acompañados de segundas mujeres de segunda mano; y últimamente el bullicioso, sucio y caótico turismo nacional.
                Las llegadas y partidas han ido dejando barrios enteros a merced de otras poblaciones oportunistas que han ocupado barracones y villas tornándolos en algo decrépito y decadente. Tras el boom de la construcción, el estancamiento ha empujado a los arquitectos a sus países, salvo a  los más tenaces que apuntan hacia otros destinos como la recién despertada Myanmar. Mi guía me muestra los diversos hospitales del municipio, Le Loi un hospital típicamente vietnamita, con su desangelamiento y acumulación (siete camas por habitación de tamaño individual, acompañantes incluidos), el hospital vietnamita-soviético, destinado a ser la perla de la ciudad, pero que da pena. Por fin, una clínica y hotel de larga estancia para vietnamitas ricos, que como tantos proyectos vietnamitas, se ha quedado a medias y está en venta. Las habitaciones del hotel, todas con camas individuales, para no tener que tributar como establecimiento turístico. A su lado, el hotel Imperial, un edificio de aire inglés, de 5 estrellas, en la actualidad semivacío pese a reducir un 60% sus tarifas. El dueño se ha pillado los dedos hasta el codo, pero su padre fue el que fabricó los cohetes antiamericanos durante la guerra. Un poco mas allá, frente al mar, hay un complejo turístico casi vacío. El dueño es un viejito que se pasea en Rolls Royce negro, como su traje negro de terciopelo, como su cabellera teñida de negro, como su negro pasado, parte del cual transcurrió en la cárcel tras el desfalco del Vietcombank del que fue presidente.
                Y esa es una sensación frecuente, la de que hay personas en este país a las que llueve un montón de dinero y entonces se visten de seda y juegan a los negocios, pero es como el burro y la flauta, pues si suena una vez es por casualidad, y la mona, aunque se vista de seda...
MIentras en Saigón expulsan a los médicos extranjeros de los hospitales por no escribir en vietnamita. Visca Catalunya lliure, sola i petita, molt petita.

lunes, 3 de septiembre de 2012

NUTRICION

              Los gallos cantan y me recuerdan que está amaneciendo. A fuerza de escucharlos empiezo a distinguir sus voces, sus aptitudes y habilidades para el arte. Unos capaces de prolongar la última nota hasta el infinito, como un mariachi. Otros graves y secos como la última frase del pregón de fiesta mayor. Aquél es un soprano, el otro un tenor. El de ayer rompió su voz como Villazón. Pero todos, de una forma u otra, son imitadores de las notas del "destino llama a la puerta" de Beethoven. Si se presta la atención debida a las notas de la quinta sinfonía y al canto del gallo, uno capta una similitud bastante curiosa en esa repetición de la primera nota para después descender como un repicar de nudillos en una vieja puerta. Cuán solo debe encontrarse el que no oye, aunque no es menos sordo el que no escucha. Con el arte de escuchar se nutren ambos, el escuchado se siente compartido y el oyente tiene la oportunidad de ampliar su pequeño mundo.
             Hace años descubrí en mi soledad que cenar en compañía sienta mucho mejor que hacerlo solo. En mi etapa de estancias en Hanoi tuve la fortuna de compartir momentos con amigos que generosamente me acompañaron en mis ratos libres. Fue durante el estudio de la pediatría cuando conocí el síndrome de la falta de medro, típico de los orfanatos, y que si uno pudiera creer que es debido a lo exiguo de las raciones, que también, en realidad va más en referencia a la falta de amor, de cariño, o de contacto. Y aunque necesito a menudo la soledad para satisfacer mis necesidades creativas, no soy libre de la necesidad de relacionarme, de escuchar a otros, de ser escuchado. Y por eso me cautivan y a veces envidio, a esos seres solitarios que parecen llevar la música dentro, que se concentran en sus pequeños ritos y navegan por el río de la vida como una hoja que mucho tiempo antes, en algún lugar remoto, abandonó su rama y cayó al agua.