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martes, 26 de agosto de 2014

SONRISAS TRISTES



Ha muerto Robin Williams, ha muerto un payaso. ¿Quién se acuerda de Charlie Rivel? (Por cierto, ¿sabían que era catalán, de Cubelles? ¿Y gran admirador de Hitler? Le envió una felicitación de cumpleaños en 1943. ¿O fue una broma?) ¿Quién recuerda a los payasos tristes, I Pagliacci de Puccini?, ¿O al profesor que se enamora de la prostituta Marlene Dietrich en El ángel azul, lágrimas negras en medio de un ataque de celosa locura?

La risa se asocia a la alegría, pero con frecuencia esconde otras emociones, nerviosismo, miedo, decepción, o una profunda tristeza. Siempre recordaré a una mujer jovial en extremo que escondía bajo su risa una terrible situación familiar. También la sonrisa y el abrazo de un médico a una paciente y amiga al descubrir que tenía el hígado lleno de metástasis y moriría pronto, sin remedio. Las sonrisas exteriorizan un sentimiento mucho más interior que la risa, expresan empatía, o compasión, o resignación. La risa es una reacción, frente a la sonrisa que es más una decisión, una acción elaborada. La risa puede ser involuntaria, escaparse, ser intensa como un rayo, puede partirle a uno, literalmente, romperle una costilla, provocarle una hernia discal, dejarle sin respiración, es violenta y pasajera, con frecuencia molesta, estúpida, descarada o provocadora. La sonrisa es una expresión de humanidad, aunque los monos sonrían, aunque los hipócritas se escuden tras ella, si bien a esos se les acaba notando el rictus, la tensión excesiva en los músculos de la cara, y queda solo una mueca de payaso siniestro, como las sonrisas de nuestra derecha política, Rajoy, Aguirre, matrimonio Aznar por poner algunos ejemplos. También hay quien no sonríe jamás, los más porque no se lo permiten, otros porque no saben.


Cuando un payaso pierde la alegría solo vemos su tristeza, mucho más honda que las nuestras, pues su lucha fue tratar de evitar al mundo que sufriera la pena, la que cargaba sobre sus hombros como la cruz de Cristo. En ocasiones es demasiada tarea, pues la pena pesa, y la llamamos pesar, y consume su alegría, y cuando queda la pena en estado puro, sin el consuelo de la broma, el payaso cae en una profunda soledad, porque la pena le aísla del mundo con el que eligió solo relacionarse a través de una ensayada alegría. Y cuando ya no hay el otro, ni tampoco la ligereza de la risa o el ingenio, la vida es insoportablemente pesada. Adiós payaso triste, adiós señor Williams. Te dedico una sonrisa eterna. 



MATRIMONIO: CUANDO EL AMOR CAMBIA DE NOMBRE



La mayoría de mis amigos está separada. Algunos de ellos, casados de nuevo. Y la segunda oportunidad no siempre resulta bendecida por el amor, sino por la conciencia de no poder permitirse psicológica o económicamente un segundo fracaso. Unos hablan de que se casaron “contra” su mujer. Otros hablan del “matrisuicidio”. Otros del matrimonio, la tumba del amor, o la convivencia, la tumba del sexo.

De todos los motivos de separación que escucho, me alarma cuando me comentan que van a separarse porque ya no tienen de qué hablar, que se conocen todas las bromas y la magia se ha ido. Ya no les apetece hacer el amor. Ya no hay chispa ¿Qué es eso de la chispa? Yo no me acuerdo. ¿Y la magia? Eso es para los magos. Yo recuerdo haber buceado en los brazos, los labios y los ojos de una mujer, y vivir todo el día en una nube, y sentir dolor al no verla más que unas horas, y llegar tarde a todas partes, y sufrir los lunes la separación con intensa angustia. ¿Es eso el amor? ¿Queremos que ese estado de adicción imbécil dure siempre? ¿En serio? ¿Son los matrimonios demasiado largos? ¿Nos engañaron con la monogamia? ¿Hay algo malo en ir saltando de brazos en brazos dejando mujeres e hijos como la estela de un buque? ¿Quién tiene derecho a juzgar? Hubo un tiempo en que todos los reyes y muchos nobles tuvieron bastardos. Luego fueron los burgueses. Ahora son los pilotos, los marinos mercantes, los soldados, los comerciantes internacionales. Segundas familias en otras ciudades u otros países, en el mejor de los casos bien servidas a costa de dobles vidas, en el peor, abandonadas como Madame Butterfly. Esa es la realidad, en una Europa con tasas de divorcio que llegan al 70%. Por tanto vivimos un mundo donde más de la mitad de los niños tienen dobles familias o familias demediadas.

Permanecer en el invierno de una relación no disfrutada, por evitar los inconvenientes económicos o logísticos, o por el rechazo a asumir la culpa, o la incertidumbre ante los hijos, es algo triste. ¿Cobarde? ¿Pero quién es cobarde? ¿El que se va y rompe la familia o el que se queda por miedo sin intentar mejorar la situación?

Yo no tengo la solución a todo esto. No me casé por ese amor bobalicón, espejismo narcisista donde ellas son el agua en que se reflejan nuestros más profundos deseos, de un modo onánico-onírico, pues en la ceguera de enamorados desconocemos quién es en realidad el soporte físico de nuestras fantasías amorosas. Sigo casado por la fidelidad a un proyecto, a una idea, a la construcción del nido en el que crecen mis hijas. Eso es lo que me ha ayudado a sobrevivir las decepciones y soledades que salpican nuestra vida. Eso, y la confianza en que después de un periodo difícil siempre viene otro mejor.

La gestión del matrimonio, como la de cualquier otra empresa, requiere valentía. Hay que  aceptar que puede no durar para siempre. Y que si ambos cónyuges no encuentran oportunidades para disfrutar aventuras juntos y separados, lo más natural es que la pareja se asfixie y se muera. No he hablado de amor en ningún momento. Sin embargo no soy un escéptico sobre el amor. Es solo que no creo que funcione como nos lo cuentan en Hollywood. Quiero insistir en lo de juntos y separados. Los cónyuges deben sentirse contentos, libres de seguir disfrutando de la vida, a ser posible compartiendo momentos, pero también explorando cada uno por su cuenta para seguir creciendo como individuos. En caso contrario, las personas que se encontraron y se enamoraron se pierden el uno al otro en una niebla de resentimiento amargo, de reproches y ausencia de interés mutuo.


En boca de una de mis amigas, casada y separada dos veces, el living apart together (vivir juntos, pero en casas separadas) con alguna fórmula de custodia filial compartida inteligente, civilizada y respetada, es la mejor opción a largo plazo. Tal vez no haga falta llegar a ello, pero no veo otro camino para evitarlo que asumir que puede llegar a suceder, y tratar de organizar la vida matrimonial de ese modo, es decir, dejando amplios espacios de autonomía personal, en la que quepan, si es necesario, terceras personas o ausencias largas. Congeniar esta libertad con la responsabilidad sobre los hijos no es tarea sencilla, y debe pasar por la asunción de cierto grado de riesgo y de culpa, por no estar siempre presente toda la familia como en la postal de los reyes magos o la sagrada familia. Tal como hemos quedado, esa imagen no existe, o fue hace mucho tiempo.  

DIVORCIOS EN VIETNAM





BOMBAS Y TELÉFONOS


El título parece extraído de nuestros noticiarios y periódicos, tan aficionados a las malas noticias. Pero en realidad deseo hablar de otras bombas, las que salvan vidas. Hace muchos años, en los tempranos noventa, en la sala de urgencias del Hospital Valle Hebrón, un cardiólogo amigo me comentó que había establecido un pronóstico de vida a corto plazo en relación al número de bombas de infusión que se apilaban junto a la cabecera de los enfermos de la unidad coronaria. Me pareció una evaluación acertada por cuanto aquellos que necesitaban más de cuatro bombas (dobutamina, dopamina, noradrenalina, estreptokinasa…) solían perecer o salir de allí con graves secuelas. Morir de un infarto es triste, pero sobrevivir con insuficiencia cardiaca avanzada es un castigo de la mitología griega.

La historia me viene a la cabeza porque en un país donde mi mujer me decía, hace solo ocho años, que no existían el estrés ni los problemas psicológicos, hoy puedo diagnosticar el estrés con solo observar cuántos teléfonos usa el paciente. Mi consulta es multifuncional, y visito desde problemas de nariz o intestinos hasta dolencias de la piel o el alma. Y algunos de los que se quejan de la nariz están más enfermos del alma de lo que se imaginan. Vivimos en Saigón, una ciudad de máximos, cuanto más mejor. Cuando mis clientes depositan sus dos o tres teléfonos (alguno me confesó que usaba cinco) sobre mi mesa o están enviando SMS o chateando con alguna de las muchas aplicaciones para enviar mensajes gratis (¿Gratis? ¿Y el tiempo que nos roba? ¿Tan importantes son todos los mensajes?) mientras yo escribo su historia, pienso en lo enfermos que están. Padecen raquitismo de paciencia, anemia de silencio, carencia de quietud, la enfermedad de la prisa.

Y entonces recuerdo las bombas de la unidad coronaria y cavilo si no serán los mismos personajes, las mismas dianas, los que viven con múltiples teléfonos y gracias a varias bombas. La prisa mata, y la tecnología hay que disfrutarla a sorbos, con mesura, o nos vuelve locos, dispersos, estúpidos.


Como comentarios adicionales a la situación, cada vez hay mujeres víctimas de la vida multiteléfono. Y para distinguir entre la percepción de los roles masculino/femenino de los que hablaré en otro post, la mujer que va en moto con varios teléfonos suele ser una prostituta a domicilio, mientras que el hombre que solo saca el segundo teléfono en los bares es para comunicarse con su o sus amantes. Algunos, la mayoría pilotos de líneas aéreas comerciales, se jactan de tener un radar de parejas en situación de compartir intereses inmediatos en un área de uno o dos kilómetros (debe de ser algo así como el copulo-match). Son capaces de dejarte con la palabra en la boca y salir presurosos a por la pieza del día. ¿Dónde quedaron las cartas de amor, las esperas, las incertidumbres? El exceso de eficacia es pornográfico, decepcionante. 





lunes, 4 de agosto de 2014

EL PAPEL DE VATER HECHO ARTE

    Dedico esta entrada a mi padre. 
 Hombre original como pocos, entre sus pasiones, además de la de leer y los relojes de pared, se encuentra la de usar los rollos de papel higiénico lo mas cómodos y elegantes posibles.
    Y hete aquí que el señor Paulo Pereira encontró su camino y un océano azul (nicho comercial) en los papeles higiénicos de colores y en los sanitarios inodoros o perfumados

Dejo el enlace