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lunes, 15 de septiembre de 2014

PROGRESO A GOLPE DE HACHA











         ¿Cuál es el precio de los tiempos modernos? El progreso se abre paso en Saigón, y ya llega el metro aunque sea a golpe de hacha. Los operarios despejan las avenidas centrales de Saigón de árboles centenarios. Talan la celulosa viva como cortaron con la historia. Decapitan a los últimos testigos de la ocupación francesa como su comunismo destruyó la historia escrita en la celulosa muerta de los libros. 

El aeropuerto local en pleno proceso de modernización anuncia en grandes carteles comida, café y moda, ninguna librería. Solo faltan los anuncios de tabaco, alcohol y masajes para completar el paisaje. La principal catarata de Vietnam sufre la farsa de alimentarse con agua de un grifo que abren durante el día, la misma farsa que viví en las termas de Pamukale, en la Capadocia. No visiten la zona demasiado pronto o corren el riesgo de encontrarse con el lecho seco de un río.

Hoy la pirámide de necesidades de Maslow situaría, después de comida y seguridad, el acceso a WIFI.

El metro de Saigón despejará las calles de motoristas suicidas, borrachos o alelados, pero se llevará por delante siglos de historia vegetal ante la aceptación pasiva de sus habitantes.

Vietnam es verde, pero no lo es Saigón. Saigón es moderna, dinámica, acumula riqueza, pero sus habitantes no saben que en el cielo hay estrellas, no huelen los árboles, no caminan. Los niños juegan en suelos de polímeros del petróleo en los escasos parques. Neón, caucho, hormigón y asfalto. Poco aire para las mariposas. Las tormentas y los tifones sacuden con cólera en húmeda protesta, pero la ciudad resiste e insiste en su transformación. Todo refulge, brilla, es agudo, tiene aristas, ensordece, aturde, va demasiado deprisa. El horizonte es rugoso, duro, polvoriento.

Paseé por el parque natural de Bach Má, en la ruta entre Da Nang y Hue, cientos de hectáreas de montes mullidos, verdes frondosos, trinos y charrasqueos de pájaros e insectos, el arrullo del agua de un río, los truenos y relámpagos de un baile de nubes inmensas, la vista sobre la costa, dos graciosas bahías aún vírgenes, pobladas de casas bajas, sin heridas sobre el paisaje, sus habitantes sin prisa, el parque desierto, nosotros los únicos visitantes.


Si la música es el mejor elemento para hablar con Dios, la naturaleza es la obra de Dios. Las ciudades son la obra de los hombres, torres de Babel, espacios para el placer y la soledad a partes iguales. El amontonamiento de almas no las hace más humanas, ni empáticas ni curiosas. Y además roba el derecho a la soledad buscada, al paseo sosegado bajo el cielo. El buen progreso es el que permite liberarse de la necesidad de resolver cada día lo inmediato, lo básico. Pero si no aprovechamos ese espacio para dedicarnos a nosotros, a crecer como seres humanos, si elegimos en su lugar competir contra nosotros mismos, entonces, ¿dónde está la oportunidad de progresar?

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